REGRESO A TECOVÉ
Capítulo I: El
Retorno
Sentado incómodo
en el primer asiento que da a la ventanilla del autobús en marcha, observo pasar
la roja tierra y el verde paisaje ante mis ojos. De tramo en tramo, me atrevo a
asomar la cabeza por la ventana y sentir el aire fresco mezclado con el polvo.
De ambos
costados aparecen -intermitentes- las casuchas de los pobladores de Tecové.
Niños y mascotas corriendo en el llano. Una mujer jalando las cuerdas de un
balde que emerge del profundo aljibe salpicando agua. Bueyes saciando su sed
con salmuera, exhaustos por soportar pesadas cargas de caña dulce. Otros, son guiados
por dos rapaces que se regodean fustigando a los semovientes, apoltronados en
un desteñido carro celeste. El resto del ganado abrevando o paciendo. Un hombre
remueve la tierra, arando con sus acémilas, creo que es temporada de la plantación
de tomates. Así, las imágenes frescas y bucólicas -como película repetida- llenan
mis pupilas.
Uno puede
deducir automáticamente que por aquí no pasó el tiempo. Ni el progreso. Todo
está estancado. Al menos, transcurrido un lustro, nada ha variado en el pueblo
de Tecové. En ese mismo estado lo dejé en otrora.
Me doblo el
cuerpo por culpa del dolor que se instala en mi estómago. Es el vacío natural
que se acumula en cada ser humano cuando no advierte lo que le espera.
Manifestación material y enfurecida de la intriga. O quizá sea simplemente por no
haber desayunado todavía.
Giré la
cabeza y caí en la cuenta de que era el único pasajero abordo. De repente,
grita el sudoroso y arisco chofer:
- Última parada¡¡¡¡
Después de seis horas de viaje
sedentario, desciendo lentamente los dos escalones y fijo la vista hacia el
horizonte sosteniendo mi par de equipajes. Uno en cada mano. Acomodo la camisa
que se me ha salido del pantalón; a la vez que hago el intento de estornudar,
sin lograrlo. Miro alrededor, y noto que un paso atrás yace aplastada y fétida una
comadreja.
-!!Qué infortunio¡¡¡ ¿Cuántas posibilidades existen
de encontrar la muerte debajo de un vehículo en Tecové?
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