LA PRESIÓN SOCIAL EN ITÁ Y LA AUTORIDAD...,
hace ochorrocientos años atrás... anécdota comentada por nuestro amigo el Dr. Llanes, que les copio (imagen de apoyo)
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El Comisario Felipe
Extraigo del baúl de recuerdos un personaje que marcó época en mi pueblo, Itá – Paraguay, corría el año de 1949, un pueblo de escasa población, se resumía a unas pequeñas y bien trazadas cuadras, calles cubiertas de árboles que inundaban de sombras las veredas de la vecindad.
En el medio del pueblo el mercado municipal, cuatro cuadras en perfecta simetría, en una de las cuadras, la Comisaría Policial, con un Jefe de gran tamaño, corpulento, enormes hombros , una cabeza bien redonda y de cuidada cabellera, imponía miedo, temor y respeto, esta singular figura en el poblado compuesto de familias que se conocían entre sí, se desarrollaba las actividades en mansa rutina, en silencio y sin muchas variantes y variables en la cotidianidad.
El día de aquel año amanece con una insólita curiosidad, en las amplias calles ya un calor con elevada temperatura, claro, mes de febrero, un extraño movimiento los comentarios se propagan a toda la población, el Padre Gamarra, convoca a las Hijas de María para prestar apoyo y contestar la orden del Comisario que consideraba violatorio a los derechos humanos del joven Hilario Ortega, miembro de una acaudalada familia del pueblo, Don Enrique, su tío, impotente no se manifestaba de la extraña enfermedad hoy conocida como cleptomanía.
Hilario detenido en la sede policial desde la madrugada por un hecho de sustracción de objetos personales de una vecina, que extendía para secar en un tieso alambre, que en flagrancia fuera aprehendido, ya instalado en la dependencia policial el Comisario Felipe tomó la decisión que no se discute, dispuso que todos los objetos sustraídos se acomodara en los hombros del detenido, y el mercado ya en su auge de actividades, trajín de carretas, bueyes, caballos, vendedoras de verduras y casillas de “comidas rápidas”, (la más visitada era Doña Gabriela, que preparaba la mejor y más tradicional empanada de mandioca, y el puesto de baratijas que comandaba el Árabe Don Ale Chansin y la competencia que lideraba la Abuela Elisa con amplia clientela para sus productos de belleza).
En ese escenario el detenido Hilario, secundado por dos Agentes Policiales armados con añejos fusiles , descargados por seguridad, comienza su extraño desplazamiento por la ciudad, gritando para el conocimiento y advertencia de todo el pueblo, afirmaba con voz de cuello, como se dice en mi pueblo, “soy ladrón” – que todos sepan y conozcan al ladrón de la ciudadanía honesta – “soy ladrón” – y así Hilario comienza su trajinar lento y con las Hijas de María motivadas por el Padre Gamarra a acompañar a Hilario en su humillación y la curiosidad de la gente, el mercado municipal paró, los comerciantes interrumpieron sus ventas, salieron a la vereda a ver el triste y lamentable espectáculo, las caritativas damas con su manto negro cubriendo las espaldas y con rosario mano reclamando justicia y respeto para Hilario, el Comisario Felipe impávido en la puerta de la Comisaría observaba el movimiento, con toda su autoridad y corpulencia analizaba cada detalle emitiendo constantes ordenes de aumentar el volumen de la voz de Hilario que se apagaba lentamente de vergüenza y humillación, las únicas puertas cerradas eran la de Don Enrique que escondía su dignidad comprometida por tan desgraciado gesto del sobrino infiel.
El día transcurrió con este inolvidable episodio que marcó por siempre a los pobladores, figurando en el anecdotario pueblerino como lección y enseñanza, sustraer objetos ajenos el castigo era ejemplar, sin embargo, las autoridades civiles del pueblo, las manifestaciones populares lideradas por los Maestros y alumnos de la Escuela Costa Rica – Nº 89 – por los Partidos Políticos y los Clubes deportivos, comerciantes y las damas de los Cursos de Evangelización consiguieron la remoción del Comisario Felipe, quien retorna así por la vía del recuerdo, de esta crónica que lo trae a luz de la memoria revivida .
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